sábado, 30 de janeiro de 2010

Volta às Aulas

Por Stephen Kanitz

Jamais esquecerei o meu primeiro dia de aula na Harvard Business School. No dia anterior recebemos 90 páginas descrevendo três problemas administrativos que haviam ocorrido anos atrás em empresas verdadeiras. Tínhamos 24 horas para tomar uma série de decisões, utilizando as mesmas informações disponíveis da diretoria da época. Era um problema por matéria, 3 matérias por dia.
O primeiro caso do dia tratava-se de uma empresa controlada por dois irmãos, bem sucedida por trinta anos, até o dia em que um deles se desquitou e casou com uma moça vinte anos mais jovem. Esse pequeno fato desencadeou uma série de problemas que afetava o desempenho da empresa. Nós éramos os consultores que teriam de sugerir uma saída.
No primeiro dia, na primeira aula, o professor entrou na sala e simplesmente disse:
- Sr. Kanitz, qual é a sua recomendação para esse caso ?
- Por que eu ?
As aulas a que eu estava acostumado em toda a minha vida de estudante consistiam num bando de alunos ouvindo pacientemente um professor que dominava as nossas atenções pelo resto do dia. Simplesmente, naquele fatídico dia, eu não estava preparado quando todos viraram suas atenções para mim - e, pelo jeito, eu é que teria de dar a aula.


Stephen Kanitz é administrador por Harvard (http://www.kanitz.com/)
Editora Abril, Revista Veja, edição 1636, ano 33, nº 07, 16 de fevereiro de 2000, página 21

quarta-feira, 20 de janeiro de 2010

Sin Límites

Por Abi May

Aunque no recuerdo haber visto nunca un circo de pulgas —antiguo espectáculo callejero protagonizado por esos insectos—, encontré un artículo fascinante sobre cómo las entrenan.

Las pulgas son capaces de dar enormes saltos para lo pequeñas que son. Para amaestrarlas las colocan en una cajita o en un frasco. Si éste no tuviera tapa, las pulgas se escaparían fácilmente de un salto. Así que el entrenador coloca una tapa y espera.

Dentro del recipiente, las pulgas saltan, ansiosas por escapar. Se dan contra la tapa y vuelven a caer. Una y otra vez, saltan, se pegan contra la tapa y vuelven a caer. Al cabo de un tiempo, ya no saltan tan alto. Llegan casi hasta la tapa, pero sin tocarla.

Pasado un tiempo, el entrenador retira la tapa. Si bien las pulgas podrían escapar fácilmente, ni siquiera hacen el intento. Se han acostumbrado a saltar sólo hasta cierta altura. Han llegado a la conclusión de que ese es su límite, de que no pueden hacer más, y no tratan de superar esa barrera. La libertad está apenas a un salto de distancia, pero las pulgas no dan ese salto. «¡Qué pulgas tan estúpidas! —pensamos—. Tienen tan poca inteligencia que no se dan cuenta de que el frasco está destapado».

Sin embargo, reflexionando un poco, nosotros mismos a veces también nos dejamos coartar por barreras imaginarias. Si luego de algunos intentos, fracasamos, se nos derrumba la confianza. Así, la próxima vez que se presenta la ocasión de hacer algo nuevo o de mayor envergadura, no nos animamos a abordarlo por considerarnos incapaces.

La vida está llena de oportunidades de hacer borrón y cuenta nueva y empezar de cero. Para qué dejar que los reveses sufridos o errores cometidos —al igual que la tapa inexistente del frasco de las pulgas— nos impidan saltar. ¡No aceptemos límites imaginarios! Con la ayuda de Dios podemos alcanzar nuevas alturas.

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